Autor: Alfredo Trujillo Betanzos
Atentado terrorista en París
El pasado 7 de enero, ocurrió el peor atentado terrorista en Francia, desde el perpetrado a un tren en el 61, por la Organización del Ejército Secreto, durante la guerra de Argelia. Dos hombres enmascarados y fuertemente armados, entraron en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo, matando a doce personas, incluyendo al editor Charb y a dos agentes de la policía, e hiriendo a otras once personas.
Una semana después, la organización terrorista Al Qaeda se adjudicó el ataque, afirmando que la operación fue planeada contra “aquellos que insultan al profeta elegido”, en referencia a las caricaturas de Mahoma publicadas por el semanario.
Este atentado, aparentemente es muy distinto al 11 S; en este murieron 12 personas, en aquél, casi 3,000; aquí todos eran franceses, allá había de muchas nacionalidades; en Nueva York se usaron aviones, en Paris Ak- 47; sin embargo, estamos hablando de lo mismo, de dos ciudades que van mas allá de sus países y son representativas de Occidente; dos ciudades que en su contexto, son orgullo de nuestra cultura; y además, estamos hablando de gente asesinada por el terrorismo islámico.
Ante este acto de barbarie, han aparecido voces de todo tipo; desde los que dan como receta para “evitar” el terrorismo, no tocar temas que a ellos les molesten, como fue la desafortunada declaración del Papa Francisco argumentando que no se puede insultar la fe de los demás y que la libertad de expresión tiene un límite; hasta quienes utilizan este acto para justificar la discriminación y segregación de los musulmanes, como es el caso del partido político francés Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, quién pidió que Francia suspendiera la libertad de circulación en sus fronteras.
Considero que en Occidente, debemos estar conscientes que esto es una guerra; estamos viviendo una guerra, pero no es como antes del siglo XIX, un conflicto entre monarcas, tampoco entre naciones como en la primera guerra mundial, o entre ideologías como en la segunda guerra mundial; ni siquiera entre civilizaciones como predijo Huntington; sino entre el fanatismo y la tolerancia; entre la censura y la libertad.
Este enemigo no es convencional, no tiene un monarca visible, no tiene territorio, ni negocia la paz, y tiene tanto desprecio a nuestras vidas, como lo tiene a la suya. Debido a esto, para combatirlo, no sirven los manuales de guerra del pasado, sino que debemos actuar de una manera distinta y respondernos dos preguntas:
En primer lugar, ¿por qué nos odian los terroristas? ¿Nos odian porque haya pobreza, porque haya desigualdad, porque algunos países occidentales tengan actitudes imperialistas o hegemónicas? No, absolutamente no; nos odian por algo mas simple y primitivo; nos odian porque son fanáticos, porque no soportan que alguien piense distinto a ellos, porque no soportan nuestra libertad y nuestra tolerancia.
Decía Chesterton que loco es quien lo ha perdido todo, absolutamente todo, menos la razón, y Savater agrega que los fanáticos lo han perdido todo, absolutamente todo, menos sus dogmas. No puedo pensar un mejor ejemplo que estos individuos.
Además de lo anterior, también hay que cuestionarnos ¿qué buscan los terroristas?, ¿cuál es su finalidad última? ¿buscan matar infieles o destruir nuestro patrimonio? No, lo que buscan, es simple, en su propio calificativo hallamos la respuesta, el matar y destruir solo es un medio para infundir terror, callan la vida de sus víctimas directas, y a través de ello buscan callar a millones mediante la autocensura.
Por eso, cuando a la infamia de los terroristas respondemos con intolerancia o en el otro extremo, evitando tocar los temas que a ellos les molestan, estamos claudicando ante el enemigo, arriamos nuestra bandera y les entregamos el fuerte.
Hoy mas que nunca, como en cualquier guerra, Occidente debe mostrar sus mejores armas. La tolerancia frente a todas las religiones y por supuesto, la tolerancia a la crítica es lo mejor con lo que contamos para plantarnos frente al enemigo. El laicismo debe ser la base de nuestra civilización; pero además de ello, el dolor, la amargura y el sentimiento de venganza, no pueden cegar nuestros ojos, y en cambio, el respeto a la ley debe ser el faro que ilumine nuestro sendero.
Tolerancia y respeto a la ley, nuestros valores y orgullo desde Sócrates hasta los empleados de Charlie Hebdo, son los pilares desde los que hoy podemos y debemos gritar “Je suis Charlie Hebdo”