Autor: elmundodelabogado
La figura de Marco Polo representa el antecedente histórico más importante de la moderna correduría pública, ya que las facultades de las que hoy gozan estos auxiliares del comercio pueden rastrearse en las andanzas del aventurero veneciano, como nos cuenta Alfredo Trujillo Betanzos, abogado por la Escuela Libre de Derecho y corredor público número 65 del Distrito Federal.
Escribir sobre Marco Polo es hablar de un personaje extraordinario y apasionante. ¿Bueno o malo? Difícil saberlo; realmente conocemos poco sobre sus sentimientos y sus razones para realizar tal o cual diligencia, o quizás la bondad y la maldad son conceptos muy simples para encasillar en uno de ellos a nuestro protagonista.
Marco Polo no era veneciano, tampoco mongol; no era de ninguna de esas nacionalidades, y a la vez era partícipe de todas. Era un ciudadano del mundo que comprendió rápidamente que el comercio va más allá de una cultura o de un ordenamiento legal local.
Marco Polo, quien llevaba el nombre del santo patrono de Venecia, no fue el primer viajero de la Edad Media, ni tampoco el único, que nos heredó un legado por escrito, ya que antes y después de él realizaron viajes similares personajes como Giovanni da Pian del Carpini, Benjamín de Tudela o Guillermo de Rubruck; o viajes de “escritorio”, como los de Juan de Mandevilla, o con finalidades totalmente distintas, como los del Marco Polo árabe, Ibn Battuta. Sin embargo, el Libro de las maravillas supera a todos en su riqueza narrativa y en la capacidad que Marco Polo tenía para asimilar y transmitir los diversos aspectos jurídicos, sociales y políticos que implicaba el intercambio comercial.
Por muy fascinantes que fueran los escritos de los otros viajeros, como atinadamente señala Laurence Bergreen, las narraciones de éstos eran literales y unidimensionales; en cambio, Marco Polo mezclaba libremente hechos y fantasías, experiencias personales y leyendas, apoyado en valoraciones sencillas de las personas y de los lugares que visitaba, aderezándolo todo con la algarabía de un cuentista.
Marco Polo, a diferencia de Del Carpini, no sólo “humanizó” lo que de los mongoles se sabía, sino que los alabó viviendo realmente el mundo mongol, más que describiéndolo. Así, el joven vienés, como debe ser un auxiliar del comercio, no se limitó a ser un simple testigo o espectador, sino que se adentró en la cultura de aquellos con quienes colaboró, llevando su lugar al lado de aquellos a quienes auxilió.
Se dice que Franz Kafka escribía para exorcizar sus fantasmas, pero en este caso no sabemos para qué dictó Marco Polo sus memorias, ya que él se consideraba a sí mismo simplemente un viajero itinerante, un auxiliar que nunca, bajo ninguna circunstancia, fue más importante que aquellos con quienes colaboró. ¿Acaso, al igual que Paul Gauguin o Flora Tristán bajo la magistral pluma de Mario Vargas Llosa, Marco Polo recorría y recorría tantos caminos en busca de una felicidad que se escapaba como agua entre sus dedos y siempre parecía que se hallaba en la otra esquina? No lo podemos saber, porque rara vez en su obra Marco Polo se distrae para hablar de sí mismo y nunca se refiere a sus intenciones.
Recordemos que Venecia fue tierra de navegantes, comerciantes y grandes hombres; incluso en el siglo XIV nos brindó a Cristina de Pizán, quien sin lugar a dudas es la precursora del feminismo. Es en esta tierra donde Marco Polo se impregna de una visión global de las cosas; aquí hallamos la simiente que le permitirá abrir su mente y su alma a otras culturas y a otros mundos, comprendiendo de manera muy rápida para su época que el comercio jamás encuentra odres que puedan contenerlo y atarlo a una jurisdicción o a dogmas determinados.
Muchos han abordado la vida de Marco Polo, desde las casi 150 versiones de sus viajes, pasando por el manuscrito latino de la Biblioteca Capitular de la Catedral de Toledo de 1470, hasta la genial obra de Laurence Bergreen que, en mi opinión, es la obra más documentada que existe sobre nuestro personaje. No obstante, ninguna analiza las facultades y las habilidades que desarrolló el vienés en algunos casos determinados.
Este pequeño ensayo no busca ser, bajo ninguna circunstancia, una biografía más del navegante, ni pretende adentrarse en su psique para descubrir sus intenciones en cada paso que dio; por el contrario, lo único que pretende es charlar un poco sobre algunos hechos, circunstancias, aptitudes y conductas que le permitieron ser considerado un parteaguas fundamental en la historia de las rutas comerciales.
Solución de controversias
Marco Polo comprendió desde un principio que más allá de los intereses personales y el derecho que a uno le asistiera, la negociación y la conciliación de intereses era fundamental para la resolución de las controversias.
Así, durante el inicio de su viaje, acompañando a su padre y a su tío, conoció de primera mano el conflicto en la designación del Papa que, durante 34 meses, mantuvo paralizada a toda la cristiandad, hasta que Teobaldo de Piacenza, amigo y mentor de los viajeros, fue electo Papa como Gregorio X, como consecuencia de que distintas corrientes ubicadas en Viterbo tuvieron que sacrificar sus propios intereses, hasta designar un grupo de seis cardenales al que se le confirió la facultad de decidir, sometiéndose todos los cardenales a su sentencia.
Indudablemente, esa experiencia le sirvió tiempo después a nuestro aventurero para analizar y narrar el conflicto entre el Gran Khan y su sobrino Kaidu, así como la terrible muerte que tuvo éste al no aceptar una resolución, que si bien mermaba su autoridad, le reconocía ampliamente su rango en el seno de la dinastía.
También esta capacidad para resolver conflictos le ayudó a comprender los errores del Gran Khan cuando intentó conquistar Cipango (actualmente Japón), yerros que se tradujeron en una terrible muerte para muchos mongoles y el fracaso que concluyó con la decisión del gobernante de ejecutar a uno de sus generales y encerrar de por vida al otro.
En estos conflictos, Marco Polo entendió la necesidad de un correcto arbitrio en la toma de decisiones, así como de la conciliación y la negociación como medios para dirimir las controversias. Esa característica diplomática y negociadora que nuestra civilización admira de Odiseo, el genovés la descubrió en la forma en que el Gran Khan unió a todos los grupos mongoles, que eran distintos dedos y que bajo su jurisdicción se convirtieron en un gran puño de conquista.
Así, al regresar de su legendario viaje, a través de su relato podemos descubrir que nuestro viajero desprecia la guerra, la cual le parece un obstáculo a la vocación comercial del ser humano, y al hablar de los conflictos evidencia su predilección por el análisis de las negociaciones, más que de los resultados.
Estimación del valor de mercancías
Al ver la manera en que evolucionó Venecia se descubre —como lo señala Bergreen— que los mercaderes venecianos tuvieron que desarrollar todo tipo de estrategias para poder lidiar con las vicisitudes que imponían los tipos de cambio al comercio mundial, por lo que personas como los Polo procuraban sortear el laberinto del sistema monetario trocando rubíes, zafiros y otras gemas, además de perlas, y convirtiéndose en expertos en la estimación de su valor.
Aunado a esto, los venecianos también eran excelentes desvalijadores y sabían cuáles eran los mejores objetos religiosos, las gemas más valiosas, las estatuas más importantes, lo cual provocó que la ciudad pronto se llenara de verdaderos tesoros, obtenidos muchos por medio de la fiera espada de los cruzados.
Este bagaje cultural, aunado a los múltiples viajes y a sus innumerables recorridos, le permitieron a nuestro aventurero conocer todo tipo de mercancías y apreciar los distintos valores que tenían, dependiendo del reconocimiento que por un grupo de individuos tuvieran en un lugar y en un momento determinados.
En la obra que narra sus viajes hallamos joyas de valuación como las siguientes: la sal en la Ciudad del Cielo, las especias en Java o la industria atunera y ballenera en la lejana isla de Socotra. También fue fundamental, sin lugar a dudas, su conocimiento de finanzas para darse cuenta del peligro que corría el Gran Khan y toda la dinastía Yuan ante la conspiración del oscuro ministro Ahmad, que respaldaba sus intrigas en su habilidad para el comercio y las finanzas.
Es curioso que Marco Polo, pese a este gran conocimiento, haya sido un hombre que no se enriqueció, pues para él comerciar y viajar eran la misma cosa. Y al conocer como pocos el valor de las mercancías, descubrió que su mayor riqueza estaba en los conocimientos y las experiencias que prodigaban, y no en el oro y en las gemas que despertaban la codicia de los demás mercaderes.
Asesoría
Marco Polo era cosmopolita, en el preclaro concepto de Claudio Magris, es decir, no en la superficialidad y en el desapego del desarraigado desdeñoso, sino en una forma más rica y amplia de fraternidad.
Sus constantes viajes, aunados a su gran capacidad de aprender y aprehender, lo convirtieron en un comerciante experto, en el sentido más amplio de la palabra. Además, su clara vocación de auxiliar de comercio permitió que los diferentes pueblos que visitaba se beneficiaran de sus observaciones.
De este modo, por ejemplo, en el Lejano Oriente los mongoles se enriquecieron por el amplio conocimiento que Marco Polo había aportado sobre la sal, el cual fue bien explotado en Taican. Sin embargo, su amplio conocimiento rindió más frutos en la “civilizada Europa”. Gracias a él, los europeos supieron que las telas tejidas con amianto no tenían un origen fantástico, sino que simplemente eran una gran obra de arte. Conocieron el papel moneda, fácil de usar y seguro para realizar las transacciones comerciales: “Toda la gente y las regiones de hombres que se encuentran bajo su gobierno efectúan sus pagos con estos papeles a cambio de bienes, perlas, piedras preciosas, oro y plata; con ellos pueden comprar todo, y pagan con las hojas de las que os he hablado”.
Sin duda también fue muy importante lo que observó en la provincia de Maabar, donde analizó la situación que luego explicó a sus coetáneos. En aquel lugar, varios mercaderes formaron una compañía parecida a lo que hoy es una cooperativa y acordaron adquirir un gran barco equipado especialmente para la extracción de perlas en aguas poco profundas, muy cerca de la costa. Cada uno de estos mercaderes equipó un camarote para su uso personal, que incluía una tina llena de agua y algunas otras cosas necesarias.
Tomando en cuenta este pasaje y muchos otros más, podemos afirmar que el Libro de las maravillas es un tratado de Derecho comercial internacional.
Reconocimiento oficial
Después de la larga estancia de los Polo en la corte mongola, Kublai Khan les entregó de manera solemne dos tabletas de oro marcadas con el sello real, conocidas como paizas.
Estos bienes tenían un valor especial para los mongoles, muy superior a su valor material, ya que el sello real representaba la fuerza del Kublai Khan, una especie de Estado actual.
Al entregarle las paizas, el gobernante expresó, según nos cuenta nuestro viajero: “Allá adonde vayan se les condonarán todos sus gastos y los de su comitiva, y se les dará escolta para que puedan pasar con seguridad”.
Estas paizas implicaban la autoridad del soberano y obligaban a todos los mongoles gobernados por el Gran Khan a reconocer a su portador. El poder de las paizas fue utilizado por Marco Polo con mesura, sólo para cumplir sus funciones y jamás con la intención de enriquecerse de manera ilegal.
Sus ayudantes
Marco Polo siempre supo que, aunque él era un auxiliar, también necesitaba ayudantes para realizar sus múltiples actividades. De ese modo, a lo largo de su famoso viaje hallamos traductores, religiosos, expertos en diversas materias, que le ayudaron a apreciar con mayor claridad todo lo que lo rodeaba y que le permitieron desempeñar mejor tanto sus proyectos personales como los encargos del Kublai Khan.
Gracias a dos de aquellos auxiliares de Marco Polo, hoy conocemos su maravilloso viaje y parte de su personalidad. Nos referimos, en primer lugar, a Rustichello de Pisa, a quien Marco relató sus aventuras en la prisión de Génova. Este escritor es fundamental en la historia del genovés, ya que al ser un escritor popular estaba acostumbrado a rellenar sus cuentos con historias cortesanas y caballerescas.
Rustichello no era un simple escritor de relatos caballerescos, pues pertenecía a una familia de notarios y había sido formado para ejercer dicha profesión. Al igual que sus congéneres, se movía en las más altas instancias de la burocracia, ya que desde la antigua Roma, y tras la caída del Imperio romano, los notarios pasaron a ser designados por el sumo pontífice y tenían autoridad en toda la cristiandad, como parte del sistema jurídico. En su calidad de notario, Rustichello podía certificar la veracidad de las aventuras de nuestro mercader.
En segundo lugar, nos referimos a Giovanni Giustiniani, sacerdote y notario, a quien Marco Polo dictó su última voluntad, la cual no pudo rubricar. Pero al contar el notario con fe pública, fue éste quien rubricó e imprimió su tabellionato. Gracias a este escribano hoy conservamos el testamento de Marco Polo en la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia.
Nuestro personaje tuvo el talento para allegarse de auxiliares calificados y versados en artes en las que él no era experto, con el objetivo de que el desempeño de sus funciones siempre llegara a buen puerto.
Así las cosas, es por causalidad y no por casualidad (frase que me enseñó quien sabe de las causas y los azares) que al moderno corredor público se le otorguen, en algunos casos —y en otros le sean reconocidas por parte del Estado—, determinadas facultades y habilidades con el propósito de que se convierta en un moderno auxiliar del comercio, pero siempre con la esencia que ha tenido desde el legendario Marco Polo.
Hoy en día encontramos en el corredor público la capacidad de ser un asesor, no sólo jurídico sino comercial, de quienes participan en el tráfico comercial, pudiendo incluso dirimir sus controversias. Y para que cumpla su función, el Estado le ha reconocido su capacidad valuatoria y le ha delegado la fe pública en el ámbito mercantil. Los corredores públicos deben estar conscientes y orgullosos de su herencia, teniendo en mente siempre su naturaleza de auxiliares de comercio.
Hoy, esa aptitud técnica y moral, que en la antigüedad bastaba que fuera reconocida por los pares, se traduce entre nosotros en la habilitación que el Estado brinda a los modernos corredores públicos, por medio de la cual los acredita como agentes indispensables en la solución de controversias, peritos valuadores, asesores de comerciantes y fedatarios públicos.
Esa habilitación se manifiesta en la facultad de utilizar la moderna paiza —esto es, el sello con el escudo nacional— para ejercer sus funciones.
También, al igual que sus ancestros, y más ahora ante la especialidad manifiesta del comercio, el corredor público no puede desempeñar sus actividades de manera individual, sino que requiere el auxilio de otros colaboradores: contadores, economistas, ingenieros, notarios, etcétera.
El corredor debe tener la capacidad de armonizar el trabajo de todos estos auxiliares para servir de manera eficiente a los únicos factores imprescindibles del el mercado: el comerciante y el consumidor.
Es hora de que el corredor público conozca plenamente los antecedentes de su oficio y, orgulloso de su simiente, se prepare para dar la cara a las necesidades que plantean los nuevos tiempos.